Escribe: Diego Ayo Saucedo

“Racismo de micro o los decadentes en duelo”

OPINIÓN | 18 Mar 2018

Recuerdo las cucharas de mango negro de mi abuela, destinadas al exclusivo uso alimentario de la empleada doméstica y me viene a la mente, raudamente, su grito desaforado al aventurarme, en alguna ocasión, a tomar la sopa aferrado a este vistoso utensilio: “nooooo, esa cuchara no es para vos…”. El alegato apuntaba a no contaminarme con semejante herramienta que se autodelataba como “no apta para la familia”.

¿Raro? No, las formas de discriminación siempre han estado ligadas a cuestiones de higiene. Me viene a la mente el fantástico estudio de Eduardo Kingman, La ciudad y los otros, Quito 1860-1940: higienismo, ornato y policía. Disculpe el lector que acuda a este largo título pero la palabra “higienismo” no debe pasar desapercibida. Estas ciudades coloniales se construyeron tratando de mantener a la indiada lejos a fin de evitar toda contaminación. 

No es extraño, en nuestro caso, haberlos expulsado a las laderas y a El Alto con el propósito claro de que sus olores no contaminaran a los criollos. Había pues que proceder a higienizar los territorios de las oligarquías dominantes.

Hoy, el virtual cerco a La Paz parece una cruel ironía de la historia: ¡El Alto acabó acaparando las salidas al Pacífico que dieron vida a esta ilustre ciudad! Los expulsados terminaron por reírse de sus expulsores y las “hordas impolutas de los que no se bañan” (René Zavaleta) se impusieron y se imponen.

No hay duda alguna que algo así sucederá y viene sucediendo en la Santa Cruz con video de la señora “blanca” impidiendo que aquella “inmunda india” se sentara a su lado. La dama en cuestión sólo reprodujo añejos hábitos coloniales y procedió a intentar higienizar el micro al que había subido.

¿Sí? No, ni siquiera su higiénico ahínco logró “lavar” el micro, del primer al último asiento: “ya bajen, collas…”, hubiese sido un esfuerzo discriminador encomiable. No fue así. La segregadora de turno se aferró a su asiento.

Defendió ese escuálido espacio de la invasión andina y aunque su propósito de limpieza tuvo una coronación exitosa, su triunfo fue miserablemente ilustrativo del mundo que nos toca vivir: pequeños seres, miserables de espíritu, recluidos a un último rincón de poder: ¡el asiento de un micro!

Más que irritarme pues, que por supuesto me irrita, contemplo con cierta gracia e incontenible dicha, el aleteo final de este pterodáctilo, disfrazado de mujer. Y no es que estas jurásicas especies no pongan huevos.

Los ponen, claro, y sus descendientes actuarán con el mismo desparpajo que su progenitora, hoy victoriosa en el micro. Sin embargo, veamos la película y no solo esta toma.

Los bisabuelos de esta señora mataban guaranís, los abuelos los esclavizaban en sus haciendas, los padres los mantenían a raya en el anillo 8 y más allá, estos hijos, la dama y las damas en cuestión, ¿no los dejan sentarse en los asientos de sus avionetas? ¡Noooo!, ¿en los asientos de sus vagonetas? ¡Noooo!, ahhh, ¿en los asientos de los restaurantes que gerentan? ¡Noooo!… ¡¡¡en los asientos de un micro público!!!

Vaya. Entonces, ¿nada que temer? Pues no. Los soles en el universo, antes de morir se expanden hasta 5.000 veces destruyendo galaxias y planetas a su paso. La señora pertenece a esos soles a punto de extinguirse.

Quemará a su paso lo que se le interponga exhibiendo, en su insignificancia, su poder destructor. Constatación: estas especies, a punto de despedirse de nuestra historia, aún destilan veneno para dañar.

Sucede algo similar en la vereda de enfrente: un gobierno antidemocrático, notoriamente corrupto, y carente de ideas que no sean las de crear banderas gigantes y apañar su ineptitud en la causa marítima, es otro bicho ofrendando sus últimos destellos. Es otro sol a punto de morir.

Pero ya lo sabemos, en este su último brío, sus rayos se expanden y expandirán incinerando las vías lácteas a su paso. ¿Grave? Sí, en este su último estertor, nuestro gobierno consumirá con denuedo, en pastillas estalinistas a tomarse en dosis cada vez mayores, en franco proceso de adicción represiva.

Y he ahí el asunto: los dos soles decadentes, ambos conviviendo en un espacio galáctico, Bolivia, chocarán. El enfrentamiento entre dos visiones caducas de país sólo puede augurar días difíciles. Ya lo vimos: a la aparición del video en cuestión, lejos de amilanarnos y sentir vergüenza, empezamos a desperdigar videos de alteños pegando cambas.

Fuego queriendo apagar fuego. Decadentes contra decadentes. El espectáculo es patético: dos achacosos, midiendo sus arrugadas masculinidades ante la cámara. Vaya lastre que nos toca vivir: la dama con su ordinariez y resentimiento de un lado, y el Vicepresidente, con su enfermiza convocatoria al odio, del otro. La una actuando con el guion de sus ancestros y nuestra magna autoridad actuando con el guion de sus trasnochadas lecturas de abominación.

Los soles, degenerados y en paradójico apogeo, brillando para desolar. Los soles desoladores.
Cagamos.

//*DIEGO AYO SAUCEDO ES POLITÓLOGO, INVESTIGADOR SOCIAL Y DIRECTOR DE LA FUNDACIÓN VICENTE PAZOS KANKI//

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