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Viernes, 26 de Abril de 2024

Escribe Hugo Balderrama

Donald Trump: un hombre para nuestros tiempos

OPINIÓN | 4 Dic 2020

El 10 de octubre del 2019 en un evento llamado por los Derechos Humanos organizado por la CNN, el entonces candidato Beto O’Rourke manifestó lo siguiente: «No puede haber recompensa, ningún beneficio, ninguna interrupción de impuestos para cualquier persona, institución u organización en Estados Unidos que niegue todos los derechos humanos y los derechos civiles de cada uno de nosotros».

Obviamente, a lo que O’Rourke se refería con el término «Derechos Civiles» es a la imposición de la agenda demócrata -que entre otras cosas incluye el aborto y el matrimonio homosexual-. Como bien dice el periodista conservador Christopher Caldwel: «El término derechos civiles no es nada más que un pretexto para corromper la justicia». 

Pero Beto O’Rourke no es el único político del partido Demócrata que debería preocuparnos -de hecho, su accionar es sólo reflejo de una agenda nefasta-, sino la cantidad de personajes que al interior del partido adhieren al credo socialista, por ejemplo, Joe Biden, Kamala Harris y Alexandra Ocasio Cortez (esta última tiene una gran llegada entre el público hispano).

Por eso, a diferencia de otros procesos electorales, la presente elección no se reduce a un asunto local de los EEUU. Más bien, y que pena que esto suceda en el país más exitoso de occidente, estamos frente a dos sistemas políticos. El primero, que podríamos bautizar como conservador, es el tradicional American way of life que se basa en el trabajo duro, los valores familiares, el orden, la paz, los gobiernos limitados, la propiedad privada y la economía libre.

El otro sistema, lo llamaremos el del Multiculturalismo o Socialismo del siglo 21. Sistema que concibe la sociedad, no como una comunidad de individuos con los mismos derechos, sino como una colección de grupos de identidad cultural, definidos por raza, etnia, género, etc. Según los multiculturales todos estos grupos de identidad están oprimidos por hombres blancos. Su objetivo es que cada grupo de identidad esté representado proporcionalmente en todas las instituciones de la sociedad estadounidense. Como debería quedar claro de inmediato, lograr esta representación proporcional requiere una redistribución interminable de la riqueza y el poder de algunos grupos, y no solo de los blancos, a otros grupos. Una redistribución tan masiva sólo puede lograrse mediante un gobierno tiránico y, como en todas las tiranías, una donde los disidentes sean silenciados (verbigracia, bajo las leyes feministas los varones ya no gozamos de la presunción de inocencia).

Para lograr esa distopía los demócratas, y sus jefes globalistas, necesitan transformar los valores de la sociedad estadounidense, terminar con el sistema político de esa nación y, además, convencer a los norteamericanos que su país es malo. Tristemente, lo están logrando. Por ejemplo, de acuerdo con la encuesta realizada por el instituto Pew Research Center, publicada el 28 de diciembre del 2011, la mayoría de los jóvenes estadounidenses de entre 18 y 29 años que habitan en grandes centros urbanos tienen una visión positiva del socialismo y, al mismo tiempo, acusan a su gobierno de promover el «racismo», el «odio» y la «discriminación». Por ende -como ya sucedió en Europa- la manera de arreglar esos problemas es defender la inmigración indiscriminada, resolver la «deuda» histórica con los afroamericanos, y otorgarle inmunidad a cualquier persona que reclame pertenecer a una «minoría» (de ahí el patético espectáculo de arrodillarse delante de cualquier ciudadano negro).

Esto me lleva a mi último punto: Trump.

Sé que el presidente Trump tiene muchas fallas -yo mismo he criticado varias de sus medidas en materia monetaria-, es directo y agresivo, y muchas cosas más. Sin embargo, tenemos mucha suerte de tenerlo. Casi estoy dispuesto a decir que tenerlo es providencial. Trump ha sido el presidente norteamericano más comprometido con la vida de los niños por nacer en las últimas décadas y quien más ha defendido la soberanía de las naciones Sudamericanas del colonialismo chino -aunque, paradójicamente, muchos políticos y periodistas hispanos lo acusan de ser imperialista-.

La diferencia entre Trump y Biden es muy sencilla, pero importante.

Trump es un hombre que cree que los EEUU son hermosos y deben permanecer. En cambio, Biden cree que los EEUU son horribles y que el American way of life debe desaparecer. El primero es de los buenos. El segundo de los malos.

//*HUGO BALDERRAMA FERRUFINO ES ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA//

//**LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL PLURAL – LIBERAL DE ESTE MEDIO DE COMUNICACIÓN// 

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